Desde su primer poemario (Abajo sobre el cielo, 1999), Roxana Crisólogo Correa (Lima, 1966) nos cautivó con la intensidad y el desmadre (vulnera expresivamente las reglas gramaticales y la ilación del texto, con un ritmo entrecortado, hipnótico) de su lenguaje espléndidamente perturbador. Inauguró así una obra penetrantemente poliédrica que desnuda los prejuicios racistas, clasistas y machistas, y los traumas del secular colonialismo y la actual globalización.
En plena madurez creadora, su séptima entrega, Dónde dejar tanto ruido (Álbum del Universo Bakterial, 2023; 99 pp.) brilla como uno de los mejores poemarios de la década en español. Su pórtico aborda las “mezclas” raciales y culturales de una Lima en expansión sin control, microcosmos (en verdad, microcaos) de nuestro Perú invertebrado. Se complementa con el también antológico poema final del libro, en el que los manifestantes padecen la represión policial, puesto que termina celebrando la “nueva ciudad” cual una “gran exposición” que acaba con la segregación racial: “fue como si la química finalmente / lo hubiera desvanecido todo en el cloro de una limpieza / implacable / en una gran explosión” (p. 12).
La primera sección está ambientada en el hemisferio norte, un “norte frío y hostil” distante del “norte de mis sueños” (p. 51). Ahí lleva sus raíces peruanas. No solo la deliciosa cocina (p. 57) y la flora connotativamente espinosa del desierto peruano (“cargo conmigo un cactus y una sábila / especies que arrastro desde el Perú”, p. 39); sino su óptica crítica y sublevante: ante el paraíso turístico del trópico, “quisiera decir que esto se parece a Tumbes pero mejor no / nadie conoce Tumbes / les podría sonar a golpe a tumbos a tumbar” (p. 54).
Prepara así la todavía más formidable segunda sección, situada en el Perú, incluyendo la migración venezolana (pp. 77-79), también asociada a la explotación en una república bananera (p. 65). El título del poemario, Dónde dejar tanto ruido, procede del poema “Apilan cajas” (p. 65): al ruido de la vida lo tratan de encerrar los patrones. Ese ruido estalla en las páginas iracundas de Crisólogo: “necesito expulsar de algunas palabras su función adulona / subir el volumen la voz / aplacar la ira de la forma” (p. 69).