Franz Kafka: “La metamorfosis” o la transparencia de la escritura

por developer
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Lo que sucede con La metamorfosis de Franz Kafka escapa a la dimensión del espectro literario. Hasta podríamos decir que el relato suplanta a la figura y leyenda de su autor. A La metamorfosis no solo la asumimos como una de las cimas de la literatura universal, sino también como la más cercana aproximación al hombre como especie viva que respira, siente y es responsable de su libre albedrío. Es decir, conocemos La metamorfosis sin necesidad de leerla. Está instaurada en nuestro ADN emocional e intelectivo, hecho que solo pasa con los elementos de la condición humana ya inherentes a ella, pensemos en el amor y en el dolor.

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Lo dicho, no es para nada una exageración. Es, más bien, el destino de los relatos que ya son considerados clásicos.

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La vida de Franz Kafka no fue una que podamos calificar de maravillosa, al menos esa es la impresión que nos depara toda la información que en la bibliografía y el imaginario público se tienen de él, aunque es necesario subrayar que las últimas biografías sobre Kafka indican lo contrario, pensemos en las homónimas Kafka de Reiner Stach y Pietro Citati. No sorprende esta nueva irrupción de discursos que abordan su obra y figura, los cuales entran en pugna con el concepto en teoría asumido, hecho que nos refleja la riqueza de su vida al servicio de la ficción. Son contados los hombres y mujeres en la historia del arte capaces de encender tantas versiones y testimonios de ellos mismos. En otras palabras: no hay un Kafka cerrado o ya interpretado. Este detalle asegura su perdurabilidad, como un irrevocable patrimonio literario y cultural. Es decir, siempre se hablará de Kafka, a favor y en contra, y por ende, no se dejará de leer su texto insignia, que puede servir a manera de puerta de entrada a su trabajo y que nos brinda también una cercanía a los demonios que pautaron su recorrido vital.

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Seguramente, para no pocos lectores, el contacto con La metamorfosis haya empezado en la etapa escolar. La experiencia no pudo quedar libre de la conmoción, y no es para menos: no solo se trata de un relato calificado, en principio, de horror, sino también de una suerte de radiografía de la condición humana. Veamos: tenemos al protagonista Gregorio Samsa que despierta siendo un insecto. Kafka utiliza la estrategia narrativa del extrañamiento para generar en el lector el asombro mediante un personaje que en su repentina situación monstruosa comienza a interactuar con su familia. El arranque no pudo ser menos atractivo, el cual cuenta con la complicidad del lector, que se pregunta por qué Samsa es un insecto. Sin embargo, a medida que avanza el relato, el lector deja de sentir que participa en un texto de horror, menos en uno inscrito en las coordenadas fantásticas. El lector, simplemente, se deja llevar y hace suyo lo que Kafka le propone.

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Mucho se ha dicho de los orígenes conceptuales e influencias de La metamorfosis, la mayoría de estas asociadas a corrientes filosóficas, siendo la más conocida la del existencialismo, que tuvo a los escritores franceses Jean Paul Sartre y Albert Camus como sus más conocidos representantes, para el gran público, durante el siglo XX. Tampoco pasemos por alto la posible —y no menos extraña— influencia indirecta que haya recibido de Bartleby, el escribiente de Herman Melville. Especulaciones de lado, hoy en día resulta evidente que este famoso texto de Kafka exhibe una fuerza que lo mantiene vigente sin depender de la justificación de corrientes filosóficas y literarias.

Publicación de Estruendomudo.

Dicho esto, podemos encontrar el secreto de su actualidad en la transparencia de su escritura. Esta claridad en el registro narrativo es lo que posiciona a La metamorfosis y a la obra de Kafka en general como una de las mayores expresiones literarias del siglo pasado. Reza el dicho, y con razón, que escribir difícil lo puede hacer cualquiera. En cambio, la escritura diáfana exige un compromiso de humildad del creador ante sí mismo y, obviamente, sus posibilidades expresivas. En más de un tramo de su Diario, Kafka no duda en declarar que absolutamente todo para él es literatura y que en función a esta no tiene problema alguno en renunciar a los placeres terrenales (esto no quiere decir que haya sido un desconectado de los mismos). De muy joven supo que quería ser escritor, pero también era presa de su propia incomodidad en el mundo, situación ocasionada por la pésima relación que tuvo con su padre, que veía en él a un ser sin carácter y débil, disminuido para las exigencias del mundo laboral europeo de entre siglos. Kafka partía de un quiebre anímico que metaforizó en su literatura. A medida que iba escribiendo, Kafka se convirtió en un obús de sensaciones signadas por la extrañeza, la cual brinda a su obra una riqueza interpretativa hasta el día de hoy. Hay Kafkas para todos los gustos, lo que ha generado que a la fecha se le encarrille en las parcelas del horror psicológico, el existencialismo, lo fantástico e incluso en la ciencia ficción. Kafta está en todo.

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El lector no es ajeno a esta extrañeza en la poética de Kafka, como tampoco a su escritura con nervio que encuentra justificación en su diafanidad/tersura. Los temas que desarrolla no son de su exclusividad, puesto que si hablamos de la enajenación del hombre enfrentado a los cambios del mundo, podemos hallar otros referentes, quizá no a su altura, pero sí en permanente diálogo con él. El logro de Kafka es haber convertido al lector en su cómplice. ¿Por qué la extrañeza en la obra de Kafka es cercana a la mía?, se pregunta más de uno tras leer sus novelas y, especialmente, relatos como La metamorfosis. Ese misterio, aquella no-respuesta es el pacto de trance entre Kafka y el lector. No es más que el triunfo de la experiencia de la lectura.

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Se ha escrito demasiado sobre los circuitos internos de la propuesta de Kafka y más allá de cualquier conclusión, su poética no depende de meandros crípticos: la condición anímica de sus personajes, como Gregorio Samsa o Josef K., es la misma del ser humano a lo largo de la Historia: el desarraigo interno. Kafka no es el único que ha explorado en este hiato existencial, pero sin duda es quien más ha transmitido a los lectores, que asumieron la extrañeza como un elemento natural que guarda más de un lazo con la insatisfacción personal del hombre, aún más en estos tiempos rubricados por las prisas y la deshumanización debido a la exigencia de resultados inmediatos.

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No debe sorprender que Kafka sea a la fecha un artista influyente y no necesariamente en las artes literarias, sino también en la plástica, las artes escénicas, el cine, el pensamiento, et al. A saber, pensemos en el cineasta canadiense David Cronenberg, que ha llevado a límites poéticos la influencia de Kafka en su filmografía. ¿Acaso no percibimos el respiro kafkiano en las novelas del maravilloso autor de ciencia ficción Philip K. Dick? ¿Cuándo leemos a Stephen King no sentimos la clara influencia de Kafka en cuanto al horror psicológico? Tampoco pasemos por alto la radiación kafkiana en la narrativa contemporánea, con la pequeña gran diferencia de que muchos de sus exponentes confunden claridad con facilismo, profundidad temática con frivolidad burguesa, lo cual no es culpa de nuestro autor, mas esta idea nos ofrece una aproximación de hasta qué punto Kafka y La metamorfosis han calado en el imaginario cultural del mundo entero.

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En La metamorfosis se hallan las coordenadas temáticas que veremos en sus cuentos y novelas como El proceso. Es pues una puerta de entrada a uno de los universos internos de autor más ricos y complejos de todos los tiempos. Los lectores firman un pacto, no de simpatía, sino de identificación con la insatisfacción y la soledad. Resulta que el mundo en el que Kafka vivió no difiere mucho del de hoy, pero entre ambos hay una patente diferencia: ahora es posible registrar el desarraigo. ¿Qué son entonces las redes sociales, sino ventanas que nos muestran a muchos desesperados con encontrar un lugar en la vida?

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El fallecido crítico Harold Bloom decía que los clásicos son sometidos a prueba cada cierto periodo de tiempo. Para Bloom no había otro camino para los clásicos que la comparación con predecesores y epígonos. Si aplicamos este criterio a La metamorfosis, la conclusión es obvia: sigue siendo un clásico en estupendo estado físico. Los años no le pasan factura y exhibe el crédito de experiencia humana que garantiza su actualidad hasta el Gran Futuro, cuando lo que quede de la Humanidad busque aferrarse a textos como este, que cuestione y a la vez redima en la supervivencia.

(Gabriel Ruiz Ortega).

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